lunes, 21 de julio de 2014

Pruebas de olfato y visión detectan la demencia precozmente

NUEVA YORK.- La incapacidad para identificar olores sería una señal del deterioro cognitivo y de la enfermedad de Alzheimer, mientras que pruebas visuales revelarían la acumulación de beta-amiloide en el cerebro, que es un indicador de la enfermedad, según varios estudios presentados esta semana en la Conferencia Internacional 2014 de la Asociación de Alzheimer, en Copenhague.

Son "hallazgos potencialmente alentadores", aunque las pruebas "aún no estén disponibles para utilizar en el consultorio", dijo durante la conferencia el doctor David Knopman, profesor de neurología de la Facultad de Medicina de la Clínica Mayo, en EEUU, y asesor de la Asociación de Alzheimer.
Por ahora, estos estudios "apuntan a métodos que podrían servir para la detección temprana en el laboratorio para seleccionar los cohortes de estudios sobre los tratamientos y la prevención del Alzheimer", indicó a través de un comunicado de prensa la doctora Heather Snyder, directora de operaciones médicas y científicas de la Asociación de Alzheimer.
Cada vez más pruebas señalan que la disminución de la capacidad de identificar los olores serían un indicio del deterioro cognitivo y hasta una característica clínica temprana del Alzheimer.
El equipo de Matthew E. Growdon, candidato al doctorado de medicina y la maestría en salud pública de las facultades de Medicina y de Salud Pública de Harvard, Boston, analizó la relación entre el olfato, la memoria, los biomarcadores de la neurodegeneración y los depósitos de beta-amiloide en 215 adultos mayores sin deterioro cognitivo que participaban en el Estudio sobre Envejecimiento Cerebral de Harvard.
Se les realizó la Prueba de Identificación Olfativa de la Universidad de Pennsylvania (UPSIT, por su sigla en inglés) y una batería de pruebas cognitivas, junto con una resonancia magnética para determinar el volumen del hipocampo (VH) y el espesor de la corteza entorrinal (CE), y un tomografía por emisión de positrones (TEP) con el compuesto B de Pittsburgh (PiB, por su nombre en inglés) para conocer la carga de amiloide.
Los autores observaron que tener un hipocampo pequeño y una CE delgada estaba asociado con una disminución de la capacidad de identificar los olores y de la memoria.
En un subgrupo con altos niveles de amiloide en el cerebro, la neurodegeneración que describe la pérdida de espesor de la CE estaba significativamente asociada con una mala función olfativa tras considerar factores potencialmente confusos, como la edad, el género y una estimación de la reserva cognitiva.
"Es un conjunto de datos pequeño (y) aún no se puede aplicar a la práctica clínica", dijo Growdon durante una rueda de prensa.
"Pero podemos decir que sería potencialmente útil con una herramienta como la UPSIT en adultos mayores sin síntomas y clínicamente normales. Los imagino como algo que podría identificar a las personas con riesgo de desarrollar los síntomas del Alzheimer o, potencialmente, como un acceso a procedimientos más costosos o invasivos, como una punción lumbar o una TEP", dijo Growdon.
En otro estudio relacionado, el doctor Davangere Devanand, del Centro Médico de la Universidad de Columbia, Nueva York, publica pruebas que asocian la disminución de la capacidad de identificar olores con la transición del deterioro cognitivo leve (DCL) al Alzheimer en una muestra multiétnica de 1037 adultos mayores sin demencia evaluados en tres períodos: 2004-2006, 2006-2008 y 2008-2010.
El Alzheimer también afecta la visión y algunos estudios habían identificado placas de beta-amiloide en la retina de pacientes con la enfermedad.
Shaun Frost, de CSIRO, Australia, publica los resultados preliminares de 40 de 200 participantes de una investigación para comprobar si el estudio por imágenes de la acumulación de amiloide en la retina (RAI, por su nombre en inglés) detecta el Alzheimer tempranamente.
Los participantes recibieron un suplemento con curcumina, que se une a las placas de beta-amiloide y, por sus propiedades fluorescentes, permite detectar su acumulación en los ojos con un nuevo sistema de la empresa NeuroVision Imaging LLC.
Frost publicó que los resultados disponibles sugieren que los niveles de beta-amiloide en la retina están significativamente asociados con los niveles de amiloide en el cerebro que muestran las imágenes por TEP. El test de retina también ayuda a diferenciar a las personas con o sin Alzheimer con una sensibilidad del 100 por cien y una especificidad del 81 por ciento.
Además, Frost destacó que la concentración de amiloide en la retina aumentó un 3,5 por ciento en promedio en 3,5 meses, lo que sugiere que esta técnica serviría para monitorear la respuesta a la terapia.

El estrés y la depresión influyen en cómo el cuerpo procesa la grasa

CHICAGO.- El estrés y la depresión están asociados con un aumento del riesgo de engordar, pero un nuevo estudio explica cómo alteran la forma en que procesamos los alimentos grasos.

Las mujeres con estrés queman las calorías y la grasa más despacio que las mujeres sin estrés en las siete horas después de comer lo que equivale a un menú con hamburguesa promedio.
"El estrés promueve el aumento del peso al frenar el metabolismo", dijo la autora principal, Janice Kiecolt-Glaser, investigadora de la Facultad de Medicina de The Ohio State University.
"La diferencia entre haber estado expuesta o no a un factor estresante el día previo es 104 calorías, algo que no preocupa en un día, pero que en un año suma hasta 5,5 kg", agregó.
En la revista Biological Psychology, el equipo de Kiecolt-Glaser publicó los resultados obtenidos en 58 mujeres de mediana edad que consumieron comidas ricas en grasa dos días mientras les monitoreaban el metabolismo.
Las mujeres recibieron tres comidas diarias para el hogar los días previos al ingreso al Centro Médico Wexnner de la Universidad de Ohio.
Cada día que duró el estudio, las participantes respondieron cuestionarios para evaluar los síntomas depresivos, la alimentación y la actividad física. Además, indicaron si habían tenido alguna experiencia estresante recientemente.
Los autores determinaron cuántas calorías consumían en reposo. Luego, las mujeres recibieron una comida prueba con huevos, salchicha de pavo, galletitas y salsa.
Cada comida aportaba 930 calorías y 60 g de grasa, lo que equivale a una hamburguesa doble y patatas fritas de las principales cadenas de comida rápida.
Un día, las participantes recibieron una versión del menú rica en grasas saturadas y otro día, una comida rica en grasas monoinsaturadas derivadas de aceite de girasol.
En las siete horas posteriores a la comida, los autores realizaron cada hora las pruebas metabólicas para determinar la velocidad con la que el organismo quema la grasa y las calorías.
Además, observaron los niveles de la hormona del estrés cortisol, la insulina, la glucosa y las grasas en sangre.
En total, 31 mujeres habían tenido por lo menos una situación estresante el día anterior al control y 21 lo mencionaron en los dos controles. Seis participantes no habían estado expuestas al estrés.
Las mujeres que habían vivido situaciones estresantes quemaron, en promedio, 104 calorías menos que aquellas sin experiencias estresantes durante las siete horas posteriores a las comidas ricas en grasa.
Las participantes con estrés del día previo al control tenían valores de insulina más altos y quemaban menos grasa, dos condiciones que promueven la acumulación de grasa y están asociadas con el aumento de peso.
La depresión no pareció alterar el metabolismo, aunque las mujeres con depresión tendieron a tener altos niveles de cortisol, algo que promueve la acumulación abdominal de grasa especialmente dañina.
Las participantes con depresión y estresores tendían a mostrar un aumento sostenido de las grasas en sangre inmediatamente después de comer.
La única diferencia entre los resultados posteriores a la comida rica en grasa saturada y la versión rica en grasa monoinsaturada fue el aumento del azúcar en sangre después de ese último tipo de comida, algo que sorprendió a los autores y merece más estudio.
"Esta investigación demuestra que existe otro mecanismo de la obesidad", dijo Brian Baldo, investigador del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Wisconsin y que no participó del estudio.
Agregó que los resultados prueban que el estrés reciente afecta los procesos físicos que inducen la obesidad, como la reducción del gasto calórico en reposo y de la cantidad de grasa que quema el organismo.
De hecho, según dijo, "el estrés fuerza el consumo de alimentos ricos en grasa y, además, impide que el cuerpo queme esa grasa y, por lo tanto, queda almacenada. Es un problema doble".