jueves, 15 de abril de 2021

El instante en el que la anestesia apaga la consciencia


BARCELONA.- “Caballeros, esto no es una farsa”, dijo —o dicen que dijo— el cirujano John Collins Warren ante un anfiteatro lleno de público en el Hospital General de Massachussets en octubre de 1946 después de extirpar, sin dolor alguno, un tumor en el cuello de un paciente. Era impensable, por aquel entonces, una intervención de ese tipo sin que el enfermo se retorciese de dolor. Pero el dentista William T.G. Morton había hecho inhalar al paciente vapor de éter antes de la cirugía y logró que permaneciese inmóvil e insensible al daño del bisturí, según recuerda El País

Con ese preparado, que Morton acuñó como Letheon —del griego “olvido”—, se ponía la primera piedra de la anestesia moderna, que no ha dejado de perfeccionarse desde entonces. “En el siglo XIX conseguimos que el paciente se quedase inconsciente; en el XX, que no se muriese en el quirófano; y ahora hay que mejorar los resultados a largo plazo”, resume el doctor Lluís Gallart, jefe de sección del Servicio de Anestesiología del Hospital del Mar. 

Precisamente, su equipo ha descrito, por primera vez, el momento exacto en el que una persona anestesiada pierde el conocimiento, un hallazgo que servirá para ajustar mejor las dosis de anestesia a los pacientes.

“Hasta ahora teníamos la situación clínica del paciente y una serie de dispositivos que nos ayudaban a ver si el paciente estaba consciente o inconsciente”, explica Juan Luis Fernández Candil, anestesiólogo y autor del estudio, que ha sido publicado en la revista científica Sleep. 

Según el peso, la talla, el género, las patologías del paciente y el tipo de intervención, además de otros parámetros que analizan el estado de consciencia, los anestesiólogos afinan la cantidad de fármacos anestésicos necesarios para que el paciente no sienta dolor durante la intervención. Si se quedan cortos, el enfermo vuelve en sí y siente el dolor de una operación. Pero si, con el fin de mantener al paciente en ese estado de inconsciencia, exceden la dosis más adecuada, también puede haber consecuencias. 

“Es como con los antibióticos: son muy buenos para destruir microorganismos, pero si damos más dosis de las necesarias, puede afectar a otros órganos. Se ha visto que una sobredosificación en pacientes frágiles aumenta el riesgo de deterioro cognitivo postoperatorio”, justifica Fernández Candil.

En la búsqueda de esa “anestesia individualizada y ajustada a cada caso” de la forma más precisa posible, explica el anestesiólogo del Mar, los investigadores del hospital llevan cinco años investigando la manera de afinar la pauta farmacológica. Y conocer el punto exacto en el que el paciente entra en un estado de inconsciencia era clave. “Si sabemos exactamente cuándo ocurre, la dosificación es más justa y evitamos sobredosificar”, agrega Fernández Candil.

Los investigadores reclutaron a una treintena de voluntarios sanos a los que inyectaron propofol, un conocido fármaco anestésico muy empleado en los quirófanos. Con sus constantes vitales vigiladas y la actividad cerebral monitorizada a través de una resonancia magnética y un electroencefalograma, secuenciaron con éxito la pérdida de conocimiento de 21 de los voluntarios. Los participantes tenían que apretar un sensor cada dos segundos para hacer un seguimiento de esa desconexión; si dejaban de hacerlo, significaba que se habían quedado inconscientes. 

“Lo que vimos fue que cuando perdían la consciencia [cuando dejaban de apretar el sensor], la actividad entre el córtex, que es un área del cerebro más superficial, y el subcórtex, que es más profunda, se desincronizaban”, explica Fernández Candil.

El neurólogo Jesús Pujol, que también ha participado en el estudio, explica el hallazgo: “La vigilia y el sueño son dos estados distintos: lo que rige la actividad mental del primero son los estímulos, lo que vemos y percibimos; lo que rige la actividad del segundo son las inquietudes, el malestar, el hambre… Para pasar de un estado a otro, es necesario que las dos partes del cerebro se desincronicen y se vuelvan a sincronizar con una nueva organización”. Como en un coche, dice, que para cambiar de la primera marcha a la segunda hay que pisar el embrague y levantarlo para saltar a esa velocidad.

En el estudio, el tiempo de paso de la vigilia al sueño fue de una media de 100 segundos, aunque los investigadores matizan que el tiempo varía según la velocidad a la que inyectes el preparado anestésico —en su caso, fue muy paulatino— y en la práctica clínica suele ser un espacio temporal más corto. Pujol señala, no obstante, que esta transición revela que el tránsito entre vigilia y sueño es “largo”: “La idea de caer dormido parece que es algo brusco, pero el cerebro se toma su tiempo”.

En ese tránsito de 100 segundos, en cualquier caso, los investigadores encontraron el instante decisivo de la pérdida de consciencia. Ahora solo falta trasladarlo a la práctica clínica diaria. Pero queda recorrido. “En el estudio teníamos las imágenes de cómo se comporta el cerebro mientras ponemos la anestesia. En la práctica diaria no podemos tener una resonancia magnética en cada quirófano, pero sí tener un aparato que nos permita hacer el seguimiento del electroencefalograma del paciente”, señala Fernández Candil. 

En una fase siguiente de la investigación, los científicos del Hospital del Mar quieren correlacionar los datos clínicos —el momento en el que paciente dejó de pulsar el sensor— y las imágenes de las resonancias con los de los datos del electroencefalograma para localizar cambios en la actividad eléctrica del cerebro que permitan interpretar con precisión el estado de vigilia o sueño de los pacientes.

“Este estudio es muy importante. El poder determinar cuándo se va a producir ese tiempo de hipnosis nos permitirá saber qué dosificación corresponde para no sobredosificar. Cuando sean capaces de filtrar los datos de las resonancias, nos permitirá llevar este hallazgo a las trincheras, a los quirófanos”, señala Fernando Iturri, neuroanestesiólogo de la Sociedad Española de Anestesiología y Reanimación (SEDAR), que no ha participado en el estudio.

“A mí lo que me parece muy bonito es que el estudio justifica muchas de las experiencias de lso pacientes que se han sometido a la anestesia con propofol, que despiertan eufóricos y refieren experiencias oníricas o sueños vividos. Esto es por la disociación que se produce en ese momento entre la corteza y el sistema por defecto, que es una red neuronal que funciona de forma inconsciente, como una vida interna del cerebro. Cuando disminuye la conciencia es el que más actúa”, reflexiona Jesús Porta, vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología.

¿Por qué el covid es inocuo para unos y grave para otros? Tres factores genéticos podrían ser la clave


BARCELONA.- ¿Cómo puede ser que una misma enfermedad afecte de manera tan diferente a unos y a otros? ¿Por qué hay personas que contraen una infección por coronavirus y permanecen asintomáticas y otras que, en cambio, enferman gravemente y pueden incluso perder la vida por esta razón? Un año de pandemia, y de investigaciones científicas en primera línea, han mostrado que factores como la edad o las enfermedades previas influyen en la gravedad del paciente, según resume hoy El Periódico

Mientras, la gran incógnita siguen siendo aquellos pacientes jóvenes y sanos que, a pesar de todo, enferman gravemente de covid-19. ¿Cuál es, pues, el factor que determina su pronóstico? La respuesta podría estar en los interruptores químicos que regulan la expresión de sus genes. En su epigenética.

Un nuevo estudio liderado por los investigadores Manel Esteller y Aurora Pujol, y publicado este mismo jueves en la revista ‘EBiomedicine’, identifica tres factores epigenéticos que podrían predecir la gravedad de la enfermedad. Es decir, tres claves que marcan la diferencia entre aquellos que enferman como si nada y aquellos que desarrollan cuadros clínicos graves. 

"Hemos estudiado el material genético de más de 400 pacientes positivos a covid-19. Todas estas eran personas sanas, sin comorbilidades y menores de 62 años. Parte de estas contrajeron la infección sin apenas síntomas y otros, en cambio, acabaron ingresadas y con asistencia respiratoria", resume Esteller en declaraciones a este diario.  

El análisis ha logrado identificar unos cuarenta puntos del genoma que diferencian los pacientes gravemente enfermos. Esto, a su vez, se ha relacionado con tres factores epigenéticos. 

"El primero factor tiene que ver con la expresión de unos genes que provocan una respuesta inmune demasiado fuerte. El segundo, con una respuesta inflamatoria excesiva. Y el tercero, con los desajustes metabólicos que también desencadenan enfermedades como la diabetes o la obesidad", ilustra el director del Institut de Recerca contra la Leucèmica Josep Carreras (IJC) y catedrático de genética de la Universitat de Barcelona (UB). 

Estos serían, pues, los interruptores químicos que desencadenarían los casos graves de covid-19. 

El estudio estima que alrededor del 13% de la población mundial tendría esta firma epigenética inscrita en sus ADN. "Esto significa que hay un 13% de la población que, aún estando sana, si algún día contrae el virus tendrá un elevado riesgo de enfermar gravemente", argumenta el científico. 

Estas cifras coinciden con lo observado durante esta pandemia, que en tan solo un año ha dejado más de 136 millones de personas contagiadas y casi tres millones de fallecidos.

Encuentran la explicación a los trombos producidos por AstraZeneca


BOSTON.- Una proteína denominada factor plaquetario 4 o FP4 es la que ha podido originar los trombos desarrollados por 16 personas en Alemania, Austria y Noruega, después de ser vacunados con el suero de AstraZeneca, según sendos estudios publicados en la revista estadounidense The New England Journal of Medicine.

El primero de ellos analiza el caso de once pacientes vacunados en Alemania y Austria que habían desarrollado trombosis después de ser inoculados con el suero británico; nueve eran mujeres, con una edad media de 36 años (rango, 22 a 49).

Entre 5 y 16 días después de vacunarse, los pacientes presentaron uno o más eventos trombóticos, con la excepción de 1 paciente, que tuvo una hemorragia intracraneal mortal.

De los pacientes con uno o más episodios trombóticos, 9 tuvieron trombosis venosa cerebral, 3 trombosis venosa esplácnica (en el hígado), 3 embolia pulmonar y 4 otras clases de trombosis; de todos ellos, 6 fallecieron y cinco pacientes tenían coagulación intravascular diseminada.

Aunque las trombosis afectaron a distintos órganos, todos los pacientes tenían anticuerpos contra la proteína FP4 y déficit de plaquetas en la sangre.

El estudio, financiado por la Fundación Alemana de Investigación, concluye que la vacunación con el suero de AstraZeneca "puede dar lugar al desarrollo poco frecuente de trombosis inmunitaria mediada por anticuerpos activadores de plaquetas contra FP4".

El segundo estudio analiza la situación de los cinco pacientes de Noruega: cuatro mujeres y un varón de entre 32 y 54 años que eran trabajadores sanitarios y que desarrollaron síntomas entre el séptimo y el décimo día después de recibir la primera dosis de la vacuna.

Todos los pacientes desarrollaron trombos en lugares no habituales; uno presentó trombocitopenia grave, y cuatro tuvieron una hemorragia cerebral importante (tres fallecieron).

Como en el estudio anterior, todos ellos tenían altos niveles de anticuerpos contra la proteína FP4 de las plaquetas, una reacción inducida por la vacuna.

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Sin embargo, el estudio -de la Universidad de Oslo- apunta que dado que los cinco casos se registraron entre más de 130.000 personas vacunadas, se trata de una reacción poco frecuente.

Ambos estudios analizan las reacciones de la vacuna de AstraZeneca, por lo que, de momento, se desconoce si en el caso de la de Janssen, los trombos provocados por el suero de Johnson & Johnson tienen el mismo origen.