viernes, 8 de enero de 2021

Diferencias entre paro cardíaco y ataque al corazón


BARCELONA.- Cuando hablamos coloquialmente de 'ataque al corazón' nos referimos a conceptos tan diferentes (aunque puedan estar relacionados) como un paro cardíaco o un infarto. Hay que tener claro que el paro cardíaco ocurre en cualquier muerte, simplemente porque a toda persona que fallece se le para el corazón.

    Así lo explica el doctor Albert Ariza Solé, presidente de la Asociación de Cardiopatía Isquémica y Cuidados Agudos Cardiovasculares de la Sociedad Española de Cardiología (SEC), quien defiende que, en muchas circunstancias, el infarto es la causa más frecuente de paro cardíaco.

   "Tomando actitudes cardiosaludables se acostumbra vivir más y mejor. No fumar, no beber, cuidar de nuestra alimentación y seguir los controles de salud son fundamentales en nuestro día a día. Si tuviera que elegir una sola medida, beneficiosa para muchas enfermedades y para el estado de ánimo, es el hacer ejercicio. Caminar una hora y media al día. Sólo con eso, la salud cardíaca, y la de todos los órganos, así como la salud mental, mejoran", destaca el cardiólogo.

   Con ello, recuerda que el corazón es un órgano que bombea sangre a todos los órganos del cuerpo, y lo hace una serie de veces al minuto. "Así se logra que la sangre llegue a todas las partes de nuestro cuerpo. Pero en el caso del paro cardíaco, el latido se detiene. Si eso se mantiene durante más de tres minutos hay consecuencias que pueden llegar a ser irreversibles, sobre todo a nivel neurológico; pero también pueden verse en otros órganos, llegando a ser mortal en bastantes casos", indica el experto.

   El doctor Ariza subraya que cuando el corazón se para de forma súbita, si no se actúa de forma rápida, conforme avanza el tiempo, las posibilidades de revertir esa situación serán cada vez menores, siendo lo más habitual en estos casos el que el paciente fallezca, porque las causas que han motivado ese paro cardíaco no se han podido corregir.

   "Cuando se actúa de forma rápida y se controla la causa, se puede revertir y estabilizar el paciente. En pacientes reanimados tras un paro cardíaco, si esto no se hace de forma precoz, pueden aparecer consecuencias a nivel neurológico debido a la muerte de neuronas, un tejido sin capacidad de repararse de forma satisfactoria; esto se manifiesta con secuelas tan graves como el coma, las convulsiones, o el estado vegetativo", detalla el miembro de la Sociedad Española de Cardiología.

   Entre las causas del paro cardíaco, el doctor indica que depende mucho del contexto en el que se dé, ya que si se trata de un paciente sano lo más habitual es que sea de causa propiamente del corazón, siendo lo más frecuente el infarto de miocardio.

   "Un infarto de miocardio es una enfermedad por la que el riego de sangre que va por las arterias coronarias es interrumpido de forma brusca, generalmente por un coágulo que impide ese riego, y que afecta enormemente al músculo del corazón (miocardio). Al no recibir el riego que necesita, esto se manifiesta habitualmente con dolor en el pecho", agrega, al tiempo que recuerda que un paro cardiaco también puede ocasionarse por otras enfermedades del músculo del corazón o por problemas en las membranas de las células del corazón.

   Además, señala que el paro cardíaco también puede tener lugar en aquellos pacientes que presenten enfermedades graves en otros órganos, que cuando empeoran mucho se puede producir un paro cardíaco.

   "Por ejemplo, un paciente con una úlcera de estómago con una hemorragia digestiva que no cesa, llega un momento en el que hay tan poca sangre en el cuerpo que aparece un fallo multiorgánico que puede llevar a un paro cardíaco. O un enfermo de COVID-19 grave, al bajar su oxígeno en sangre tanto, si no proporciona un soporte respiratorio se puede producir un fracaso multiorgánico y a su vez un paro cardíaco", agrega.

   Una de las características de un infarto de miocardio, según destaca el cardiólogo, es que éste suele deberse a la 'arterioesclerosis', una patología que progresa a lo largo de los años, en muchos casos sin presentar síntomas. "En esta patología se acumulan placas de colesterol en las paredes de las arterias que dificultan el riego sanguíneo, en la mayoría de casos facilitado por unos malos hábitos de vida", mantiene el doctor Ariza.

   Es más, sostiene que pacientes con factores de riesgo (colesterol, diabetes, hipertensión, fumadores o sedentarios) tienen más posibilidades de padecerla: "Cuando estas placas de colesterol progresan mucho, se pueden romper llegando a obstruir completamente la arteria. De ahí la importancia de la prevención y de llevar un estilo de vida saludable".

   Ahora bien, el presidente de la Asociación de Cardiopatía Isquémica y Cuidados Agudos Cardiovasculares de la SEC destaca que el pronóstico de los pacientes con infarto de miocardio ha cambiado mucho en los últimos años, debido al gran avance en las técnicas y procedimientos para vencer a tiempo las consecuencias de los infartos.

   En un infarto de miocardio, según prosigue, si la zona del corazón afectada no recibe sangre durante un periodo largo en el tiempo, se generará una cicatriz en el corazón que, entre otras consecuencias, puede producir una reducción en la fuerza contráctil del músculo cardíaco, además de arritmias graves, complicaciones mecánicas, o incluso la muerte del paciente.

   Por eso, ante la aparición de síntomas compatibles (sobre todo dolor en el pecho), el doctor Ariza recomienda llamar al 112 o acudir a un centro hospitalario donde, de forma individualizada, se valorará el caso, y se realizará probablemente un electrocardiograma. En caso de confirmarse el diagnóstico, se activará rápidamente el sistema de emergencia previsto para estas situaciones. 

"Para desobstruir la arteria lo antes posible se realiza en la gran mayoría de casos un cateterismo cardíaco, que si se lleva a cabo en menos de hora y media se minimizarán las secuelas", concluye el miembro de la SEC.

El plasma es efectivo en personas mayores con COVID-19



BUENOS AIRES.-  El uso de plasma sanguíneo de pacientes recuperados es efectivo en mayores de 65 años con COVID-19, ya que reduce en un 60 % la posibilidad de que necesiten oxígeno y convierte la enfermedad en "un mal catarro",  según un estudio de la argentina Fundación Infant.

La investigación, realizada sobre una muestra de 160 adultos mayores de 65 años con al menos una comorbilidad y mayores de 75 en general, destaca que el plasma "es eficaz para evitar que el COVID-19 se transforme en una enfermedad respiratoria grave, siempre que se administre dentro de las primeras 72 horas de la aparición de síntomas".

"El plasma es sólo un vehículo que lleva anticuerpos. El 28 % de las personas tiene, según nuestro estudio, la cantidad de anticuerpos necesarios para donar plasma para este tratamiento. Restringiendo los donantes a los de mayores concentraciones de anticuerpos, es posible mejorar el rendimiento del plasma aún más", destacó el director de la fundación, el doctor Fernando Polack, en declaraciones que recoge el informe.

El diseño de este estudio fue aleatorio, de doble ciego y controlado con placebo, lo que significa que la mitad de los pacientes recibió al azar plasma de alto nivel de anticuerpos y la mitad restante placebo, sin que médicos ni participantes supieran qué sustancia se administró a cada persona.

De los pacientes tratados con plasma, sólo nueve necesitaron oxígeno frente a veintitrés a las que se les suministró placebo.

Conforme a esta investigación, una de cada seis personas tratadas con plasma que habría tenido un grado severo de la enfermedad de no haberlo recibido no llegó a desarrollarla.

"Este es el único estudio en el mundo contra el SARS-CoV-2 que se hizo con esta metodología rigurosa de comparación temprana de un grupo ante otro y, por lo tanto, otorga evidencia de que la enfermedad no avanzó debido a la administración del plasma y no por otras razones”, explicó la doctora Romina Libster, una de las autoras principales de la investigación.

Las autoridades sanitarias de Argentina iniciaron el pasado 6 de mayo los ensayos clínicos sobre el uso de plasma de pacientes ya recuperados y, si bien se había demostrado su seguridad en varias partes del mundo, no se había podido hacer lo mismo con su efectividad.

La recogida de plasma se hace a través de una máquina de aféresis, que permite la separación de los diferentes componentes de la sangre, en la cual se extraen unos 600 mililitros de material que luego se divide en tres dosis de 200 mililitros cada una.

A cada paciente se le hace la transfusión de dos dosis provenientes de donantes diferentes.

Hay inmunidad frente al COVID más allá de los anticuerpos: un equipo australiano encuentra pruebas de memoria inmunitaria a largo plazo gracias a las células B


MADRID.- La inmunidad [en el caso del coronavirus] va mucho más allá de la existencia (o no) de los anticuerpos". Afortunadamente, la ciencia lo está confirmando y los últimos estudios señalan que el otro gran pilar de la inmunidad humoral, los linfocitos B, sí está resultando duradero ocho meses después, según www.xataka.com.

El sistema inmunitario de los seres humanos es un intrincado conjunto de sistemas de defensa. Entre todos ellos, el que seguramente sea el mecanismo más importante, se conoce como 'inmunidad humoral'. En ella sobresalen los anticuerpos: el grupo de macromoléculas específicamente diseñadas para identificar y combatir la infección. Precisamente los mismos que, como veíamos, tienden a decaer en una buena parte de la población.  

Sin embargo, hoy nos vamos a centrar en los linfocitos B, las células que fabrican anticuerpos y proteínas. En general, estas células necesitan ser activadas por los linfocitos T (CD4+) y por ello, en el proceso de activación frente a un patógeno nuevo, se tarda unos siete días en iniciar la respuesta inmune con este mecanismo. El sistema tiene que identificar al patógeno y pertrecharse para combatirlo.

Siete días, como digo, en el caso de que sea un patógeno nuevo. No obstante, el cuerpo recibe cientos de miles de patógenos cada año y no sería muy juicioso (ni evolutivamente sostenible) tener que reiniciar el mismo proceso una y otra vez. Por ello, el sistema inmunitario tiene mecanismos (aún relativamente desconocidos) para estimar la peligrosidad de los patógenos y para establecer cuáles requieren una presencia permanente de anticuerpos en el torrente sanguíneo y cuáles no.

Este último sería el caso del SARS-CoV-2 en muchos pacientes: por alguna razón que no comprendemos, nuestro sistema inmunitario decide que no es necesario conservar "movilizadas" las defensas contra él. La buena noticia es que, incluso en estos casos, el sistema puede guardarse un as bajo la manga: las células B de memoria. Se trata de un subtipo de los linfocitos B que permite reconocer viejas amenazas de forma ágil y articular una respuesta inmunitaria rápidamente.

Para hacernos una idea de qué significa todo esto, podemos ver esta parte del sistema inmunitario como una red de distribución de anticuerpos. En algunos casos, el sistema mantiene una cantidad anticuerpos en circulación; en otros, basta con mantener las líneas de producción de esas macromoléculas para estar preparados cuando sea necesario. Sabemos que el SARS-CoV-2 no es uno de los primeros, pero ¿de los segundos?

La memoria de las células

La duda que quedaba pendiente era si, para el SARS-CoV-2, se generaba este tipo de memoria. A finales de noviembre, algunos estudios empezaron a aportar datos sobre el comportamiento de los anticuerpos, las células T y los linfocitos B que nos permitían ser optimistas, pero necesitábamos pruebas experimentales más precisas para sacar conclusiones sobre la memoria inmunitaria del sistema. 

Ahora un equipo de investigadores australianos han conseguido estimar la longevidad y el inmunofenotipo de las células B de memoria específicas para las proteínas de la nucleocápside y el pico del SARS-CoV-2. Los investigadores analizaron 36 muestras de sangre de pacientes que habían tenido síntomas entre cuatro y 242 días antes de ser obtenidas. 

De entrada, se detectaron anticuerpos (IgG) en todas las muestras; no obstante, los niveles empezaron a descender 20 días después de la aparición los síntomas.

En el caso de las células B de memoria, éstas fueron aumentando significativamente hasta, al menos, los 150 días. Meses después de superar la enfermedad. Esto es una magnífica noticia porque, como señalábamos más arriba, la inmunidad mediada por estas células es más duradera y más fuerte que la mediada por otros mecanismos. 

Pero, sobre todo, porque permite a los investigadores concluir que existe "una memoria inmunitaria a largo plazo después de una infección o vacunación contra el COVID-19".

No obstante, por muy positivos que sean estos resultados y reconociendo que vamos completando las piezas del puzzle inmunitario más importante del momento, aún queda bastante para poder completar la imagen global de la inmunidad humana frente al COVID.