viernes, 3 de mayo de 2013

Muchos estudios de cáncer no tienen el rigor necesario para mejorar los tratamientos

En dos años, la mortalidad para algunos tipos de cáncer puede ser del 100%. La gravedad de algunas variantes de esta enfermedad y la escasa supervivencia obligan a tomar medidas excepcionales para facilitar la llegada de nuevos tratamientos a los pacientes. Por ese motivo, los ensayos clínicos para probar tratamientos contra estas patologías suelen implicar a menos pacientes y ser menos sólidos que para otras enfermedades como las cardiovasculares o las psiquiátricas.

 Según un examen realizado por investigadores de la Universidad Duke (EEUU), que analizaron casi 9000 estudios clínicos sobre cáncer, la alta prevalencia de estudios pequeños y con menos controles limita la capacidad para valorar la calidad de las pruebas en las que se apoyan algunos tratamientos “a través de revisiones sistemáticas e investigaciones que comparen la efectividad de distintos tratamientos”.
Los autores del artículo, publicado en la revista JAMA Internal Medicine, mostraron que los ensayos de oncología carecen de grupos de control con mucha más frecuencia que el resto, un 62,3% frente al 23,8%. Además, en más de la mitad de los casos no existe un grupo que reciba un tratamiento alternativo al que se prueba o un placebo para poder comparar su eficacia, un sistema empleado para comprobar que la terapia examinada tiene más capacidad de curar que el efecto psicológico positivo de creer que se está siendo tratado. 
“En algunos casos, cuando los pacientes no quieren que se les meta en un grupo que pueda recibir placebo, se puede hacer un ensayo sin grupo de control comparando los resultados del ensayo con los de otros ensayos previos”, explica Bradford Hirsch, profesor de la Universidad Duke y líder del estudio. “Sin embargo, es necesaria más aleatorización [para comparar el efecto de un tratamiento frente a otro alternativo o al placebo]“, añade.
La mortalidad de algunos tipos de cáncer dificulta la realización de ensayos tan amplios como en otras enfermedades
“Gran parte de la diferencia está ligada al conocimiento que se tiene de las enfermedades”, explica Antonio Llombart, miembro de junta directiva de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM). “En oncología hay más ensayos de fase dos [primer paso para comprobar la eficacia terapéutica de un medicamento con pocos pacientes involucrados] que fase tres [ensayos para comprobar la eficacia del tratamiento en un amplio grupo de la población y que implican varios centros y largos periodos de prueba]“, apunta Llombart, jefe de Servicio de oncología médica del Hospital Arnau de Vilanova de Valencia.
 “Esto tiene una cierta lógica porque muchas patologías en las que nos movemos tienen una supervivencia muy corta y el número de moléculas que llegan a fase tres es bajo, o porque caen en fase dos o porque se introducen en estudios en combinación con otros fármacos”, añade.
“Existe una tensión inherente que surge del deseo de emplear nuevos tratamientos con posibilidades de salvar vidas y la necesidad de acumular las pruebas que necesitan los pacientes, los médicos y las agencias reguladoras para tomar las decisiones adecuadas”, indica Hirsch. “Desgraciadamente, la gran cantidad de pequeños estudios a los que les falta rigor limita nuestra habilidad para evaluar las pruebas que apoyan algunos tratamientos específicos”, agrega. No obstante, Hirsch puntualiza que si centrarse en ensayos aleatorizados y mayores incrementa el tiempo necesario para completarlos y reduce la cantidad de pacientes reclutados para participar en ellos, se obtendrán menos datos en lugar de más. Por eso es clave buscar un equilibrio”, afirma.

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