NUEVA YORK.- Científicos de The Hastings Center (Estados Unidos) han realizado un informe especial en el que analizan qué significa realmente ‘estar muerto’ dependiendo de si se atienden a criterios biológicos, neurológicos o de funcionamiento efectivo del cuerpo humano.
¿Debe definirse la muerte en términos estrictamente biológicos, como
la incapacidad del cuerpo para mantener el funcionamiento integrado de
la respiración, la circulación sanguínea y la actividad neurológica? ¿Se
debe declarar la muerte sobre la base de una lesión neurológica grave
incluso cuando las funciones biológicas permanecen intactas? ¿O es
esencialmente una construcción social que debe definirse de diferentes
maneras?
A estas preguntas responde este documento, titulado ‘Definición de muerte: trasplante de órganos y el legado de cincuenta años del Informe de Harvard sobre la muerte cerebral’.
Hasta mediados del siglo XX, la definición de muerte estaba muy clara: una persona es declarada muerta cuando no responde y no tiene pulso ni respiración espontánea.
Dos trabajos posteriores provocaron la necesidad de un nuevo concepto
de muerte, que culminó en la definición de muerte cerebral propuesta en
el informe de Harvard, publicado en 1968.
El primero fue la invención de la ventilación mecánica apoyada en
cuidados intensivos, lo que hizo posible mantener la respiración y la
circulación sanguínea en el cuerpo de una persona que, de otro modo,
habría muerto rápidamente debido a una lesión cerebral que causara la
pérdida de estas funciones vitales.
El segundo fue el trasplante de
órganos, que “generalmente requiere la disponibilidad de órganos ‘vivos’ de cuerpos considerados ‘muertos’“, como se explica en la introducción a este informe especial.
Si bien la determinación legal de la muerte incluye el fallecimiento
por criterios neurológicos (el cese irreversible de todas las funciones
del cerebro al completo), el concepto de muerte cerebral sigue siendo
cuestionado, más recientemente por el caso de Jahi McMath, una
adolescente afroamericana declarada con muerte cerebral en un hospital
de California en 2013 después de complicaciones en una cirugía.
Fue
declarado muerta por criterios neurológicos, pero continuó teniendo un
desarrollo biológico inesperado. Durante casi cuatro años, McMath se
mantuvo biológicamente viva, hasta que fue declarada muerta por un paro
cardíaco en 2018.
En este informe, tres ensayos exploran las cuestiones médicas, éticas
y sociales que plantea el caso y reconsideran la situación de McMath y
su familia a la luz de los hallazgos recientes sobre las consecuencias
para la salud del sesgo implícitos.
Además, algunos de los principales
expertos en Medicina, Bioética y otros campos discuten y debaten otras
áreas de continua y nueva controversia.
Por ejemplo, el artículo ‘Una justificación conceptual para la muerte cerebral‘,
por James Bernat, profesor emérito de Medicina y Neurología en la
Escuela de Medicina Geisel en Dartmouth (Estados Unidos), sostiene que,
centrándose en si están muertos los donantes de órganos con muerte
cerebral, la muerte cerebral conduce rápidamente a la desintegración del
cuerpo, independientemente del apoyo médico.
Sin embargo, Alan Shewmon, profesor emérito de pediatría y neurología
en la Escuela de Medicina David Geffen de la Universidad de California
en Los Ángeles (UCLA), analiza varios casos en los que los cuerpos de
pacientes declarados de muerte cerebral no se ‘desintegraron’, pero se
mantuvieron mediante ventilación mecánica y alimentación por sonda.
Ari
Joffe, de la Universidad de Alberta (Canadá), sostiene que un
subconjunto de donantes de órganos, aquellos cuya muerte se declara
cinco minutos después del inicio de la falta de pulso, no están muertos debido a que podría revertirse con intervención médica.
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