En España se producen 130.000 ictus al año, el 75 por ciento de ellos en mayores de 65 años. Sin embargo, entre un 10 y un 15 por ciento de estos episodios los sufren pacientes más jóvenes y, cada vez más, en personas entre los 35 y los 55 años de edad, un fenómeno relativamente reciente provocado por los malos hábitos de vida y que podría acarrear graves consecuencias también a nivel económico y social.
Esta es la advertencia de los expertos que forman el Observatorio del Ictus, una iniciativa patrocinada por Boehringer Ingelheim y presentada este miércoles en Madrid por Jaime Masjuan, del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la Sociedad Española de Neurología (SEN) y el doctor José María Lobos, representante de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (SEMFYC).
Según el doctor Masjuan, al hablar de estos pacientes jóvenes hay que tener en cuenta que existen dos grupos bien diferenciados: el de aquellos pacientes con menos de 35 años en los que el ictus se produce porque existe algún tipo de anomalía congénita o problema de coagulación de la sangre de tipo genético y un grupo de pacientes jóvenes en los que la causa del evento es su estilo de vida.
"Con los pacientes que presentan problemas congénitos poco se puede hacer porque, excluyendo el tema de las drogas, que sí pueden producir ictus en gente joven, el resto presentan malformaciones congénitas que no se pueden detectar y que suceden de forma repentina", señala el experto.
Sobre el segundo grupo, Masjuan advierte de que "cada vez son más los pacientes entre los 35 y los 55 años que sufren infartos cerebrales y hemorragias cerebrales por los malos hábitos de vida", entre los que se cuentan la hipertensión, la vida sedentaria, el sobrepeso, el tabaquismo o la fibrilación auricular, un problema este último que multiplica por cinco las opciones de sufrir un ictus.
"Se trata de un grupo de edad --dice-- en el que mucha gente que no se ha tomado nunca la presión ni sabe qué es el colesterol, que están muy estresados, viviendo al límite y que no saben que se la están jugando".
La falsa creencia de que el ictus no afecta a personas jóvenes hace que, cuando se presentan los primeros síntomas, ni el paciente, ni sus familiares e incluso, a veces, ni el personal sanitario sepa reconocer a tiempo el problema, lo que retrasa el diagnóstico e incrementa así las consecuencias negativas para el paciente.
El doctor Masjuan recuerda que el tiempo es "clave" a la hora de reaccionar ante un ictus y que recibir atención en una unidad especializada dentro de las cuatro horas y media después del evento puede evitar consecuencias graves, como las parálisis, incluso la muerte del paciente.
Según destaca, unos 80.000 españoles fallecen o quedan discapacitados en el primer año de enfermedad, a pesar de que avances como las unidades del ictus o los fármacos para disolver coagulos hayan reducido un 10 por ciento el número de muertes por esta enfermedad.
En la actualidad, España cuenta con 40 unidades del ictus, un número que "se debería duplicar", según este experto. Además, denuncia, estas unidades se distribuyen de forma desigual en todo el territorio.
La Comunidad de Madrid, Cataluña, Navarra, Cantabria y Asturias serían las mejor preparadas para afrontar estos eventos, según este especialista. Por contra, las peores serían Galicia, con una unidad del ictus; Andalucía, con sólo dos y Castilla-La Mancha y Extremadura, con una cada una.
Para este experto, sufrir un ictus en esa etapa de la vida, en la que las personas se encuentran "en pleno funcionamiento social, familiar y laboral", tiene consecuencias sociales aún más graves que en los mayores, pues pequeñas secuelas, como tener una mano torpe para escribir o dificultades para comprender o calcular, "pueden hacer que el paciente no pueda volver a trabajar nunca".
"No debemos olvidar que el ictus es la primera causa de discapacidad y dependencia en el adulto y la segunda causa de demencia, después del Alzheimer", apunta este especialista, recordando que 300.000 españoles tienen algún tipo de discapacidad a causa de un ictus, una enfermedad que consume el 10 por ciento del gasto sanitario en este país.
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