El miedo a la oscuridad se desarrolla, a menudo, a partir de los 18 meses de edad. Es muy habitual, sobre todo, entre los cuatro y los seis años. Para un niño, la oscuridad puede ser el lugar donde se ocultan los fantasmas o los monstruos que ha visto en alguna película. Se puede manifestar con berrinches o ansiedad cuando hay que ir a la cama. Incluso, algunos niños no quieren pasar la noche en casa de amigos o familiares por este motivo.
Entre los 18 meses y los ocho o nueve años de edad, el temor a la oscuridad está considerado como un miedo evolutivo, es decir, que forma parte integral del desarrollo psicológico normal del niño. La mayoría son transitorios y no dificultan la vida cotidiana del niño. La diferencia entre estos y los denominados desadaptativos es que los últimos se manifiestan con una elevada intensidad o interfieren de forma importante en el comportamiento de los niños en el entorno familiar, de amigos o en el colegio.
Aunque a partir de los ocho o nueve años este miedo disminuye, se calcula que cerca de un 2,3% de los niños lo mantienen. En este caso, es un miedo desadaptativo.
Según una investigación conjunta de la Universidad de Murcia y la Universidad Miguel Hernández de Elche, el tratamiento para superar el temor a la oscuridad debe realizarse en casa, con la participación activa de los padres. Para los especialistas, el factor clave es que los padres jueguen con el niño para que este se enfrente al miedo como si fuera un juego. De esta forma, dicen los expertos, se consigue que, poco a poco, el niño sienta menos aprensión a la oscuridad.
Para llegar a esta conclusión, los investigadores realizaron un estudio con 32 niños de entre cinco y ocho años de 16 colegios de las provincias de Albacete y Murcia. Eran niños que aseguraban sentir "mucho miedo" a la oscuridad. Antes, se había descartado que sufrieran algún trastorno de ansiedad u otro problema psicológico.
Los progenitores se reunieron con los terapeutas una vez por semana durante ocho semanas. En las primeras sesiones, que duraban 60 o 90 minutos, se les explicaba en qué consistía el miedo a la oscuridad y se les enseñaba cómo actuar con sus hijos cuando lo manifestaran. La principal consigna era que debían mostrarse valientes. De esta forma, se convertían en un modelo seguro que no reforzaba el miedo del niño.
También enseñaban a los padres los juegos que podían realizar con sus hijos y qué hacer en el caso de que el niño se negara. En estos juegos, el niño se enfrentaba a situaciones con niveles crecientes de oscuridad y podía darse cuenta, de forma gradual y con la presencia estimulante y protectora de sus padres, de que no pasaba nada por estar sin luz.
Otra consigna importante era no obligar al niño a enfrentarse a situaciones de oscuridad si mostraba mucha resistencia a hacerlo. También les instruían para que dijeran a sus hijos que se comportaban de una forma valiente y reforzar así su atrevimiento.
Según los resultados, al finalizar el tratamiento, un 95% de los niños habían logrado superar su miedo a la oscuridad y dormían a oscuras y sin la compañía de los progenitores. Además, los investigadores aseguran que este tipo de tratamiento también tiene éxito para combatir otras fobias infantiles, como las relacionadas con los ruidos fuertes o los animales, entre otros.
Los miedos infantiles constituyen un factor casi constante en el transcurso del crecimiento. Como señalan algunas investigaciones, entre los más frecuentes destacan el temor a la oscuridad, a los animales (sobre todo a los perros, que pueden morder), a los fantasmas, a las personas extrañas u otros monstruos de la imaginería popular.
Los miedos infantiles constituyen un factor casi constante en el transcurso del crecimiento. Como señalan algunas investigaciones, entre los más frecuentes destacan el temor a la oscuridad, a los animales (sobre todo a los perros, que pueden morder), a los fantasmas, a las personas extrañas u otros monstruos de la imaginería popular.
A partir de los ocho años, se desarrollan otros como el miedo a la muerte, que se puede manifestar con una preocupación excesiva del niño por su estado de salud.
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