El Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, que dirige la insigne científica española María Blasco, se encuentra entre los de mayor prestigio internacional en cuanto al nivel de sus trabajos. Recientemente, su labor en el estudio de los así llamados "genes supresores de tumores", les ha hecho saltar a las portadas de medio mundo.
Lo que hacen estos genes supresores, es codificar proteínas que nos protegen contra el cáncer de manera natural. Una de las armas del cáncer consisten en inactivar estos supresores en las celulas afectadas por el tumor. El cáncer es una enfermedad íntimamente ligada con el envejecimiento. De hecho, es evidente que la acumulación de daños producidos por la edad y no resueltos convenientemente, está detrás de la aparición de múltiples tumores. A su vez, muchos investigadores creen que la acumulación de células dañadas en nuestro organismo, es así mismo la base del envejecimiento.
Como vemos la relación envejecimiento y cáncer existe, y es notable.
Se sabía gracias a trabajos anteriores que modificando genéticamente a las células (en este caso de ratones) para que portaran copias extra de algunos de estos genes supresores de tumores, los animales aumentaban sus defensas antitumorales. Al mismo tiempo y sorprendentemente, al reforzar las defensas naturales contra el cáncer del organismo de estos ratones, estos se encontraron así mismo protegidos contra los rigores del paso del tiempo, exhibiendo mejores parámetros de salud.
Lo que han descubierto ahora los investigadores del CNIO, está relacionado con nuevo gen supresor de tumores denominado PTEN. Al estudiar a ratones modificados para portar más copias de este gen, los científicos contemplaron de nuevo el parámetro antes comentado: los roedores estaban más protegidos frente al cáncer y de nuevo eran también más longevos. Lo verdaderamente sorprendente era que además, presentaban una nueva característica muy destacable: estaban notablemente más delgados.
En efecto, los ratones manipulados genéticamente estaban un 28% más delgados que el resto, pese a comer lo mismo o incluso más, que los no modificados.
La respuesta a este misterio parece estar en la producción de grasa parda (o grasa buena) la cual permite quemar la energía sobrante (¡sin ejercicio!) que el cuerpo acumula en forma de grasa común. Está grasa parda está íntimamente relacionada con los procesos que permiten a algunos animales hibernar y es común en los bebés humanos, que la emplean para generar calor.
De algún modo, los ratones con más PTEN activan a la grasa parda, lo cual les permite estar más protegidos frente a la obesidad y la diabetes. Para demostrar esta relación entre el PTEN y la obesidad, los investigadores administraron a los ratones un compuesto experimental que inhibía a la misma enzima contra la que actúa el PTEN, llamada PI3K. Los resultados obtenidos fueron los mismos, abriendo la puerta a métodos que permitan activar la grasa parda mediante compuestos sintéticos.
Si se confirmase este mecanismo en humanos (para lo cual queda un largo trecho) en teoría sería posible suministrar un medicamento que nos proteja contra el cáncer, nos permita vivir más y mejor (es decir aparentemente más jóvenes) y que además nos haga deshacernos del exceso de nutrientes sin ningún esfuerzo. ¡La panacea que buscan las farmacéuticas!
Si estos genes supresores son tan sumamante beneficiosos. ¿Cómo es que la evolución no los hizo más comunes? Bien, desde el punto de vista estrictamente biológico, un animal adulto que haya superado la fase de reproducción deja de tener importancia de cara al mantenimiento de la especie.
Solo que nosotros, los humanos, nos oponemos a los dictámenes de la evolución. Queremos vivir jóvenes, sanos y delgados durante mucho más tiempo. En ese sentido, este trabajo podría ser todo un salto hacia adelante.
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