sábado, 25 de abril de 2020

Alteraciones pulmonares y en la coagulación sanguínea, secuelas del COVID-19


MADRID.- Más de 92.300 pacientes han recibido el alta médica en los hospitales españoles tras superar la fase grave del  COVID-19. Algunos podrían arrastrar secuelas, unas pulmonares, otras derivadas del desajuste en la coagulación sanguínea y otras motivadas por estancias prolongadas en las UCI.

“Es pronto para saber cuántos pacientes pueden tener secuelas, pero debemos estar prevenidos ante dos de tipo respiratorio: fibrosis y embolias pulmonares”, explica el jefe del Servicio de Neumología del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid, David Jiménez.
En la fase grave del COVID-19, si el sistema inmunitario no es capaz de frenar al virus se genera una respuesta inmune desmedida, mediante la producción de unas sustancias denominadas citoquinas, las causantes de una inflamación en las vías respiratorias que se puede extender a otras partes del organismo.
“Esa respuesta inmunológica desproporcionada pone en marcha todos los mecanismos de reparación que tiene el pulmón y uno de ellos es la fibrosis””, señala el neumólogo.
La fibrosis es una especie de cicatriz que dificulta la función del pulmón, conseguir oxígeno y eliminar anhídrido carbónico.
“Nos preocupan esas cicatrices -apunta- pero todavía no sabemos en qué grado los pacientes van a desarrollar fibrosis y eso nos obliga a seguir con detalle a aquellos con radiografías de tórax todavía no normalizadas”.
Otra de las consecuencias de la infección por coronavirus podría ser la embolia pulmonar, cuando se forman coágulos en las arterias de los pulmones, como ocurre en otras neumonías.
“Estos pacientes requerirán un tratamiento de anticoagulación durante un tiempo mínimo de tres meses y puede que algunos de forma indefinida, por lo que necesitarán un seguimiento a largo plazo”, indica el experto.
Una de las preocupaciones era la vulnerabilidad que ante el coronavirus podrían tener los pacientes con enfermedad pulmonar obstructiva crónica, EPOC, aunque, sin embargo, ha sorprendido que no sea así.
“Algunos datos nos hacen pensar que quizá estén más protegidos por algunos de los fármacos que se utilizan contra la EPOC, ya que podrían hacer que la respuesta inflamatoria en el pulmón sea menos intensa”, manifiesta David Jiménez.
Aunque ya se ha superado el momento de más presión asistencial, el Hospital Ramón y Cajal todavía tiene ingresados a más de cuatrocientos enfermos por COVID-19 y las revisiones a los que han recibido el alta comenzarán cuando se reabran las consultas ambulatorias.
“Pacientes con radiografías de tórax alteradas en el momento del alta y aquellos con insuficiencia respiratoria, de forma obligada, tienen que ser revisados en un plazo prudencial, entre 4 y 6 semanas”, indica el neumólogo.

LOS DESAJUSTES DE LA COAGULACIÓN
También la inflamación descontrolada que el virus desencadena en los casos más graves, además de afectar al pulmón, produce “desajustes en los sistemas de coagulación”, según el doctor Fernando de la Calle, portavoz de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC).
Y lo ha comprobado al tratar a pacientes de COVID-19 como médico adjunto en la Unidad de Enfermedades Infecciosas y Medicina Tropical del Hospital Universitario La Paz de Madrid.
“Hemos tenido varios pacientes con ictus, cuadros neurológicos por minitrombos a nivel cerebral, encefalitis leves e incluso anemias, todo ello causado por la inflamación en una fase aguda” de la enfermedad, indica.
Según datos de la Sociedad Española de Neurología, las manifestaciones neurológicas relacionadas con COVID-19 más frecuentes hasta la fecha son encefalopatía leve-moderada (28,3 %), ictus (22,8 %), pérdida de olfato (19,6 %) y cefaleas (14,1 %).
“Estas alteraciones conllevan secuelas durante la convalecencia, un trombo pulmonar puede hacer que la capacidad del pulmón sea menor o que sea necesario temporalmente un tratamiento anticoagulante”, apunta De la Calle.
El Hospital La Paz acoge actualmente a unos 600 pacientes de COVID-19, pero llegaron a los mil en los momentos críticos de la epidemia. A partir de ahora se empezarán a programar las revisiones de las personas con alta médica.
Fernando de la Calle fue uno de los especialistas que estuvo también en primera fila durante la crisis del ébola, en 2014, con los casos de los misioneros repatriados de África y la auxiliar de enfermería Teresa Romero contagiada mientras realizaba su trabajo.
“El ébola nos ha dado, en nuestro hospital, el bagaje para poder enfrentarnos en un primer momento a este virus, aunque luego se desbordó. Es útil estar preparados y a nuestros dirigentes y gerentes les digo que dejen de pensar en que esto solo pasa en Sierra Leona o en China, y que merece la pena invertir en personal y en recursos”, concluye.

EL SÍNDROME POST-UCI
Además, si los pacientes críticos han pasado estancias largas en las unidades de cuidados intensivos también podrían sufrir las secuelas de la inmovilización.
Según la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (Semicyuc), el síndrome post-UCI supone secuelas físicas, principalmente respiratorias y neuromusculares, con una importante pérdida muscular y funcional.
También registran problemas cognitivos, como alteración de la memoria y de la atención, y psíquicos, como depresión, ansiedad o estrés postraumático.

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