Bajo el techo del Capitolio, como parte de la actividad ordinaria de la Cámara de Representantes, se ha realizado durante casi dos años un incesante trabajo de investigación sobre la pandemia creada por el Covid-19. La labor del subcomité sobre la pandemia del coronavirus comenzó el noveno día de 2023, y el 2 de diciembre de este año concluía con la publicación de un informe de más de medio millar de páginas.
Median entre una y otra fecha más de un centenar de escritos de investigación, más de una treintena de entrevistas y declaraciones, y el resultado de 25 sesiones celebradas en la sede de la Cámara. Los redactores del informe han revisado más de un millón de páginas de documentos.
Los redactores del informe dicen que constituye «la investigación más profunda de la pandemia que se ha realizado hasta el momento». Lo cierto es que, incluso echando agua a la enésima declaración triunfalista de los políticos, podemos estar de acuerdo en que es así. El subcomité está conducido por representantes de los dos partidos, que es como se hacen allí las cosas.
A diferencia de España, los Estados Unidos tienen un Parlamento, y no un teatro con guiñoles manejados por los líderes de los partidos. Aquello es una democracia. El informe reparte estopa a diestro y siniestro. Al Gobierno federal de los Estados Unidos, que financió durante años el famoso laboratorio de Wuhan. A la Administración Trump, por no proteger a los trabajadores. Al propio Congreso, por aprobar medidas sin respaldo científico, o siquiera basado en una recta razón. A Joe Biden. Todos quedan retratados.
Las conclusiones del informe le hacen a uno moverse en la silla. No son reconfortantes. No son amables tampoco con nosotros, con la mayoría de la población; ni allí, ni aquí. Especialmente con los de aquí.
El origen de la pandemia es político. No fue un capricho de la naturaleza, sino un capricho de un laboratorio operado por dos poderosos Estados, los de China y los Estados Unidos. El virus es artificial. Por él, murieron millones de personas. Que el negocio de la política es la muerte, ya lo sabíamos. Lo volvemos a comprobar. Debemos pensar que el virus se escapó. Que si logró arruinar la reelección de Trump, fue como una consecuencia no buscada. Que la torpeza es condición eterna del hombre, y que la suerte no siempre nos acompaña.
Otro de los hallazgos del informe es que la medida del distanciamiento social, tal como reconoció el doctor Fauci, «simplemente apareció» entre sus conversaciones, sin otro respaldo científico fuera de un «¿y por qué no?». La distancia social entorpeció el ritmo de nuestras interacciones, que son la base de la sociedad, y fue parte de la justificación detrás de los confinamientos.
El gobierno nos estabuló. ¿Qué mejor distancia que la que media entre la casa de uno y la de los demás? Todo a lo que se le añade el adjetivo «social» conduce a la muerte, y así pasó con la distancia interpersonal. El informe también revela que nunca hubo una justificación científica para encerrarnos en casa. Fue otra decisión política arbitraria.
En marzo de 2020 avisé de que los encierros iban a costar muchas vidas, y cuatro años y medio después sabemos que, efectivamente, es así. Los confinamientos tuvieron un enorme coste en términos de salud pública. Por supuesto, detener el normal funcionamiento de nuestra sociedad ha tenido un coste económico apabullante, que también es un coste en el cómputo de muertes; otra de las conclusiones del informe.
Nunca hubo una base científica detrás de la decisión de taparnos la boca con mascarillas, nos dice el informe. La verdad, ya lo sabe el lector, es que todas las evidencias apuntan en el sentido contrario: no sirven para nada, a no ser que seas Koldo, Ábalos, u algún otro amigo de Pedro Sánchez.
Las vacunas contra el Covid no evitaban la transmisión del virus. Su aprobación fue arbitraria, y las medidas adoptadas para hacerlas obligatorias, no tenían más ciencia que la de ejercer un poder absoluto sobre nuestros cuerpos.
España se destacó por asumir la política china de encierros masivos y prolongados. Las consecuencias para nuestra salud y nuestra economía fueron desastrosas. Pero lo peor no son las consecuencias, sino el carácter totalitario de los encierros. El gobierno, simplemente, cercenó nuestra libertad de forma generalizada. Y nosotros, nos dejamos pisotear.
Más allá de las conclusiones del informe, creo que podemos asumir otras conclusiones no menos perturbadoras. La primera es que los gobiernos nos mintieron. También la Organización Mundial de la Salud, que según el informe se plegó a las presiones de China al hacer sus recomendaciones.
Y no sólo nos mintieron los gobiernos. Siempre lo hacen. Nos mintieron los medios de comunicación. No todos, pero sí la mayoría. Actuaron como correa de transmisión del poder. Por suerte, la sociedad está aprendiendo a desconfiar de muchos de esos medios de comunicación, pero no lo suficientemente rápido.
De la mano de la supuesta lucha contra la pandemia, gobiernos y organismos públicos, siempre con el apoyo de una parte de la prensa, censuraron todos los mensajes críticos con el discurso oficial sobre el origen de la pandemia y las políticas adoptadas para detenerla. A quienes mostraban una actitud científica, o al menos escéptica, se les llamó «negacionistas» y «conspiranoicos». Los mismos gobiernos que actuaban contra la sociedad al margen de lo que dijera la ciencia.
Y nosotros. El lector probablemente haya sido un pardillo dando por buenas muchas de las mentiras que nos han dicho en este tiempo. Yo he sido uno de ellos. Bien, nunca comulgué con las ruedas de molino de los confinamientos o las mascarillas, pero ¿cómo iban a mentirnos sobre las vacunas? Pues lo hicieron.
El mismo comité científico que le informó al Gobierno de Sánchez sobre los confinamientos, ¿se acuerdan? Ese comité fantasma, es el que ha guiado la política en otros gobiernos. Espero que si hay otra pandemia de origen político, la sociedad reaccione ignorando a los gobernantes.
(*) Periodista español
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