miércoles, 16 de febrero de 2011

¿Cuánto cuesta curar el cáncer? / Ricardo Cubedo *

La doctora Kathy Miller, de la Universidad de Indiana, con su cara de niña y su pelo a lo chico, con aspecto de habérselo cortado ella misma y sin espejo, recuerda más a una estudiante universitaria que a una de las oncólogas más capaces de EEUU. En 2008, la FDA -agencia gubernamental que aprueba o rechaza medicamentos en USA- se había basado en sus investigaciones para dar luz verde al Avastin, una nueva opción de tratamiento para las mujeres con cáncer de mama ya diseminado por el organismo.

Patente de la multinacional suiza Roche, es uno de esos nuevos anticancerosos tan distintos de la quimioterapia tradicional. Actúa sobre los tumores dando un astuto rodeo; en lugar de destruir las células malignas, desbarata los vasos sanguíneos que han brotado para proporcionarles oxígeno y nutrientes.

Los ensayos de la doctora Miller habían probado que Avastin, ya usado para el tratamiento de los tumores del intestino grueso, era capaz de mantener el cáncer de mama a raya durante más tiempo que el tratamiento convencional. Su recompensa fue una invitación a participar en el ODAC, el exclusivo club de expertos que asesoran a la FDA. Pero el comité de cerebros volvió a reunirse en julio de 2010 -en esta ocasión sin la participación de Miller- para volver a debatir sobre Avastin. 

En una decisión inaudita que levantó una buena polvareda en el mundillo de la oncología, la FDA decidió retirar la aprobación concedida al fármaco dos años atrás, bajo el argumento de que, aunque era cierto que el cáncer de mama permanecía detenido durante algún tiempo, las pacientes no parecían vivir más. Y si bien esto es cierto, lo mismo se puede decir de decenas de medicamentos contra el cáncer aprobados en América y Europa.

Según Katy Miller, la auténtica razón del cambio de rumbo de la FDA había que buscarla en un particular asistente a la reunión de expertos: un elefante. 'Un elefante en la habitación' es una expresión inglesa usada para designar un hecho obvio que se prefiere ignorar por conveniencia. Evoca la imagen de que un elefante sería una presencia imposible de ignorar por cualquiera en la estancia, pero tan incómoda y difícil de manejar que, al menos mientras el elefante no se moviera, todos preferirían ocuparse de asuntos más irrelevantes, comportándose como si el animal no estuviese allí. En castellano corresponde, más o menos, a expresiones del estilo de 'ojos que no ven, corazón que no siente' o 'meter la basura debajo de la alfombra'.

El elefante de la doctora Miller, aquello tan presente como artificialmente ninguneado en las reuniones de consejeros de FDA, era el coste del medicamento: unos 30.000 euros por paciente. En Europa, Avastin permanece aprobado por la EMA, la autoridad europea de medicamentos. Sin embargo, la Junta de Andalucía se resistió desde el principio a financiarlo, aduciendo un razonamiento algo alambicado, mezcla de criterios científicos y económicos.

Al precio de un Mercedes

Esta misma semana, recibí en mi consulta a la delegada comercial de Takeda, una multinacional farmacéutica japonesa propietaria del ultimísimo anticanceroso; Mepact (mifamurtide). Se emplea contra el osteosarcoma, un raro cáncer de huesos que suele afectar a niños y adolescentes. 

Y es un buen fármaco; los ensayos clínicos han demostrado que, si se añade al tratamiento de quimioterapia que solemos emplear tras la cirugía, se reduce la probabilidad de acabar muriendo de la enfermedad. Pero un vial de Mepact cuesta 2.600 euros, y un tratamiento completo se acerca a los 130.000: el precio de un Mercedes de la gama más alta equipado con el motor más potente.

El coste de la factura del tratamiento oncológico no para de crecer y, a pesar de lo dicho, el alza del precio de los medicamentos no es el factor fundamental. La causa más importante es, en realidad, el envejecimiento de la población. La mayoría de los cánceres aparecen entre los sesentones y setentones, una franja de edad que no para de aumentar. 

Y lo peor aun está por llegar. A mediados de los años 60 se registró en los países desarrollados una explosión de la natalidad conocida como 'baby boom'. Los hijos de aquel fenómeno tenemos hoy día entre 40 y 50 años; a partir del 2020 nos incorporaremos en masa a la 'edad del cáncer', reventando las costuras de las estadísticas.

Y aún hay más razones para que el tratamiento del cáncer muerda un bocado cada vez mayor de los caudales dedicados a la sanidad. Los tumores malignos se diagnostican antes y se tratan mejor que antes; algo muy positivo para los pacientes, sin duda, pero no tanto para la caja. Los pacientes sobreviven más, con la consiguiente oportunidad de recibir más tratamientos que hace 10 o quince años, cuando la supervivencia era breve.

La quimioterapia tradicional, debido a la necesidad de dar un respiro al organismo para recuperarse de la toxicidad, se administra a intervalos de dos a cuatro semanas, y durante periodos de unos pocos meses. Esta forma de aplicación limita el gasto en medicación, aunque sea cara. Pero los nuevos tratamientos contra al cáncer se toleran mucho mejor. Bastantes de ellos ni siquiera consisten ya en los clásicos goteros, sino en simples comprimidos que se toman a diario, sin descanso, durante meses o años, drenando cualquier presupuesto que se les ponga a tiro.

Investigar es caro

Es verdad que la investigación es cara y que las empresas han de amortizarla. Pero hay otras industrias, como la microinformática, la aviación comercial o la de las comunicaciones móviles que también soportan enormes costes de I+D, producción o seguridad y, sin embargo, no paran de ofrecer mejores y más variados productos a precios cada vez más baratos. En cambio, los medicamentos no mejoran ni por asomo al mismo ritmo que las prestaciones de, por ejemplo, nuestros ordenadores o teléfonos móviles y, además, cada nueva generación de fármacos multiplica su coste por varios enteros respecto a la previa.

Sucede que los viajes en avión o las pantallas extraplanas de televisión son un 'toma y daca' entre quien vende y quien compra, un ecosistema en el que la competencia y las leyes del mercado funcionan bien. Los medicamentos son un juego bien diferente. Para empezar, las industrias farmacéuticas evitan la competencia directa siempre que pueden. Prefieren buscar nichos de mercado mal abastecidos para, por así decirlo, pescar cada una en su propio pozal.

Además, el trasiego de los dineros y de las decisiones es una laberinto: Las agencias como la EMA o la FDA confeccionan el catálogo de lo que se puede usar y lo que no, pero no se manchan las manos con la mugre de los billetes; les toca a las administraciones nacionales -autonómicas en el caso de España- apechugar con la decisión y maravillárselas para ver cómo pagan eso -o cómo eluden hacerlo-. 

Pero, al fin y al cabo, la decisión de en qué se gasta realmente el presupuesto recae en los médicos, soberanos absolutos de sus talonarios de recetas. Al fin, serán los pacientes los que usen los medicamentos; medicamentos aprobados, elegidos y pagados por otros, cuyo coste casi siempre ignoran. No es difícil deducir que, en este río revuelto, los pescadores de patentes farmacéuticas venderán caro su pescado mientras puedan.

Los cálculos más optimistas señalan que, entre el 2010 y el 2020, la factura del cáncer se incrementará un 27%, y eso teniendo en cuenta sólo la invasión de los hijos del 'baby boom'. Si se consideran todos los factores señalados, el aumento del gasto podría alcanzar un espeluznante 65%. Todas la partes podemos hacer algo al respecto. Sería de agradecer que las empresas farmacéuticas innovaran su modelo de negocio en la misma medida que sus medicamentos, dándose cuenta de que una industria farmacéutica 'low cost' es tan viable como otros sectores de la economía.

Las administraciones, desde las supranacionales hasta las locales, tendrán que considerar el factor coste en sus decisiones, y mejor sin tapujos como en el Avastin. Esto ya empieza a suceder. Las autoridades sanitarias británicas, por ejemplo, han decidido no financiar Mepact, aun reconociendo su utilidad, escudándose en el hecho de que, simple y llanamente, no se pueden permitir su coste. Sin duda, una decisión dura tratándose de un tratamiento para el cáncer infantil.

Los médicos y los pacientes también podemos apearnos de nuestros burros. Los primeros, exigiendo la evidencia científica más sólida antes de embutir alegremente un nuevo fármaco en la cartuchera, y reflexionando si es sensato que una gran porción del coste de tratamiento de los enfermos se gaste -¿dilapide?- durante las últimas semanas o, incluso, días de vida de los enfermos que no se curan. 

Y los pacientes y sus familias tendrán que sopesar las voces y razones a favor del copago sin cerrarse en banda ni dejarse azuzar por sindicatos y grupos políticos progresistas. ¿Acaso no es ya copago lo que venimos haciendo desde hace décadas en las farmacias, al cubrir de nuestro bolsillo una pequeña parte del precio del medicamento recetado por el médico?

Al fin y al cabo, el único de la habitación que nunca habrá menester de tratamiento para el cáncer es el elefante. O nos dejamos de pamemas y nos pensamos ya mismo qué hacemos con el bicho, o nos aplastará un mal día de estos. ¿Seremos capaces de desarrollar una ciencia capaz de ir curando el cáncer poco a poco, y morirnos por no poder pagar el precio que nosotros mismos nos hemos empecinado en ponerle al tratamiento? A estas alturas, el elefante debe de estar preguntándose qué pinta él en una habitación llena de asnos.

(*) Ricardo Cubedo* es oncólogo del Hospital Universitario Puerta de Hierro Majadahonda de Madrid. Participa en numerosos ensayos clínicos para el desarrollo de nuevas estrategias de tratamiento contra el cáncer. Es experto designado de la Agencia Europea del Medicamento y desde el año 2003 forma parte de la junta directiva del Grupo Español de Investigación en Sarcomas (GEIS). Forma parte también del Grupo Español de Investigación del Cáncer de Mama (GEICAM) y es técnico de la Agencia Europea del Medicamento. Autor del libro 'Cáncer. 101 preguntas esenciales para los enfermos y sus familias' (La Esfera de los Libros).

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