"HeLa" es el nombre en clave que los científicos dieron a las primeras células humanas inmortales del mundo, extirpadas del cuello uterino, sin su conocimiento, a Henrietta Lacks, una campesina afroamericana del sur de EEUU (Virginia, 1920), cuyos tejidos han llegado a salvar miles de vidas.
Las células que se tomaron de su cuello uterino, poco antes de que Henrietta Lacks muriera (1951) a causa de un tumor, siguen vivas, porque después de que los científicos -George y Margaret Gey- lograran mantenerlas con vida en cultivo, éstas se empaquetaron, se vendieron y compraron y se enviaron a laboratorios de todo el mundo.
Viajaron en las primeras misiones espaciales para ver qué les ocurría a las células humanas en gravedad cero y contribuyeron a algunos de los avances médicos más importantes, como la vacuna de la poliomielitis, la quimioterapia, la clonación o la fertilización "in-vitro", según explica Rebecca Skloot, quien publica ahora en España "La vida inmortal de Henrietta Lacks" (Temas de hoy).
Henrietta, de ojos castaños y dientes blancos y rectos, aunque medía poco más de metro y medio, era una mujer robusta con unas manos ásperas a consecuencia de los campos de tabaco y la cocina, pero con unas uñas que se pasaba horas arreglando y pintando.
Madre de cinco niños, visitó el hospital de Baltimore Johns Hopkins -"el único en muchos kilómetros que atendía a pacientes negros, que no obstante separaba de los blancos"- por primera vez en enero de 1951, aunque llevaba más de un año diciéndole a sus amigas que algo no andaba bien, que tenía un "nudo adentro", relata Skloot.
Murió meses después y es a partir de ese año (1951) cuando las "HeLa" se convirtieron en una herramienta indispensable de laboratorio.
Skloot, quien estudió Biológicas, oyó hablar de estas células por primera vez con 16 años, aunque escuetamente, y se obsesionó con la idea de que algún día contaría la historia de Henrietta.
Pero no sólo quería relatar lo científico sino también lo humano, porque, según asegura a Efe, "cuando te olvidas de las historias humanas que hay detrás de la ciencia es cuando pasan cosas malas".
Se trata por tanto, no sólo de la historia de las células "HeLa" y Henrietta Lacks, sino de la familia y sobre todo de Deborah, su hija y su larga lucha por reconciliarse con esas células y la ciencia.
Los comienzos de la investigación, para la que Skloot llevó a cabo más de mil horas de entrevistas, fueron duros.
Duros por la actitud de los editores, quienes insistían en la necesidad de eliminar la historia de la familia.
"Siempre supe que -la familia- era lo más importante y de hecho el éxito del libro (27 ediciones en EEUU) es precisamente por la combinación de la historia humana y científica", constata su autora.
Pero el acceso a los Lacks -ligados a la oscura historia de la experimentación en los afroamericanos-, tampoco fue fácil.
La familia, especialmente la hija Deborah, había sufrido mucho: no se enteraron de la "inmortalidad" de las células de su madre hasta más de 20 años después, cuando los científicos que investigaban "HeLa" comenzaron a utilizar a su esposo e hijos en la investigación, también sin el debido consentimiento informado.
"Cuando Deborah se dio cuenta de mi insistencia y que había investigado accedió. Creo que ella quería saber lo mismo que yo sobre su madre: sacar la verdad", según la autora.
La familia Lacks, que nunca ha recibido compensación por los "beneficios millonarios" de la industria farmacéutica gracias a las "HeLa", ni los va a recibir, según Skloot, pues la industria cree que se podría establecer un precedente, sigue siendo pobre.
Skloot, quien ha creado una fundación a donde van a parar parte de los beneficios de este libro -también algunos científicos a título personal ayudan-, defiende que no hay que simplificar la historia y verla sólo desde el punto de vista racial, "porque Henrietta, además de negra, era mujer y pobre".
De esta obra, que abre varios debates éticos, se hará una película y ahora es libro de discusión en más de cien universidades estadounidenses.
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