HELSINKI.- Cada emoción tiene su propio mapa corporal de sensaciones, según un
estudio. La localización física de las emociones es universal e
independiente de la cultura. La muerte de un ser querido llega a provocar dolor físico como el
amor acelera el ritmo cardíaco o el miedo y la ira rigidez muscular.
Pero ¿estas sensaciones físicas disparadas por emociones son universales
o responden más a estereotipos culturales? Tras crear el posiblemente primer mapa corporal de
las emociones, investigadores finlandeses apuestan más por lo primero. A
cada emoción, responde una determinada zona del cuerpo y esto sucede
con personas que hablan diferentes lenguas o pertenecen a distintos
países.
Todas las emociones básicas, desde la ira hasta la tristeza, tienen
un correlato somático. El nerviosismo ante una entrevista de trabajo
puede provocar sudoración en las manos y la tristeza, pesadez en las
piernas. Son mecanismos biológicos que preparan o responden a estímulos
del entorno. Pero no estaba claro si ante metáforas como la de las
mariposas en el estómago todos sintieran el revoloteo de estos
lepidópteros en la misma zona del cuerpo y menos aún si lo hacían igual
un finlandés, un sueco o un chino.
“Pues sí, parece que todas las emociones que hemos estudiado aparecen
asociadas con diferentes mapas de sensaciones corporales”, dice el
profesor de neurociencia cognitiva de la Universidad de Aalto, en
Finlandia, Lauri Nummenmaa.
Junto a varios colegas, Nummenmaa realizó una serie de cinco
experimentos sucesivos en los que una muestra de 703 personas debían
localizar en qué lugar de su cuerpo percibían el impacto de cada una de
las emociones más básicas y otras más complejas. Entre las primeras
contaron la ira, el miedo, el asco, la felicidad, la tristeza o la
sorpresa. Entre las segundas, en parte constructo en parte naturales,
aparecen la ansiedad, el amor, la depresión, el desprecio, el orgullo
(en el sentido de sentirse orgulloso), la vergüenza y la envidia.
Situados ante una silueta humana en blanco, pidieron a los
participantes que colorearan las zonas del cuerpo que se activaban más o
menos mientras leían las palabras usadas para nombrar a cada una de las
13 emociones analizadas. Debían usar el rojo para las zonas de mayor
sensación y el azul las de menor activación. Para el conjunto de
emociones, comprobaron que la mayoría de los participantes (por encima
del 73%) coincidían en las zonas coloreadas creando los mismos mapas de
sensaciones corporales.
Según publican en PNAS,
vieron además que el conjunto de las emociones positivas, como la
felicidad, el amor o el orgullo crean mapas sensoriales que se solapan,
aunque algunos son más extensos que otros. En concreto, las dos
emociones que más se sienten, casi recorriendo todo el cuerpo, son el
amor y la felicidad (o alegría). “Nosotros, por supuesto, no sabemos la
razón de fondo. Pero se puede especular con que las emociones positivas
asociadas a, por ejemplo, estar con los seres queridos o en situaciones
emocionantes, pueden provocar una respuesta global preparatoria en el
sistema locomotor con el fin de asegurar los beneficios sociales de la
situación”, sostiene el investigador finlandés.
Sin embargo, las reacciones sensoriales a las emociones negativas no
se solapan pero sí se muestran emparejadas. Así, los mapas de ira y
miedo son muy similares entre sí, como lo son también el de la ansiedad
con el de la vergüenza o el de la tristeza con el de la depresión. Sí se
coinciden prácticamente los creados por el asco, el desprecio y la
envidia.
En general, las emociones básicas sean negativas o positivas activan
sensaciones en el tronco superior. Allí es donde residen los órganos
vitales y se inician procesos somáticos como el ritmo cardíaco o la
respiración. En particular, la zona de la cabeza se ve golpeada por
todas las emociones. Pero hay diferencias de intensidad según sea la
emoción. Así, las extremidades superiores se hiperactivan con la ira o
la felicidad y menos con la tristeza. Las emociones no básicas provocan
una significativa menor respuesta corporal.
“Hemos llegado a la conclusión de que estos mapas reflejan los
cambios corporales sistemáticos asociados con cada emoción, es decir,
cada una desencadena un patrón funcional específico en el cuerpo que se
corresponde con la forma en que trata de proteger nuestra mente y
nuestro cuerpo”, asegura Nummenmaa.
Para descartar que la carga significante de las propias palabras
desvirtuaran el resultado, repitieron el experimento con dos grupos
lingüisticos muy diferentes, por un lado hablantes del finés (una lengua
urálica) y, por el otro, de sueco (lengua germánica). No apreciaron
diferencias significativas entre los mapas sensoriales creados en cada
una de las lenguas.
Aún así, las palabras, independientemente del idioma que sea, pueden
portar una carga emotiva por sí mismas. Por eso, completaron el estudio
con cuatro experimentos más. Buscaban inducir en los participantes cada
estado emocional mediante series de fotografías, la lectura de relatos
cortos, el visionado de películas o expresiones faciales. Aunque en
ninguno de los materiales aparecían las palabras ira, alegría, tristeza…
su contenido sí buscaba transmitir cada una de esas emociones. De
nuevo, y para cada uno de los materiales audiovisuales, los
participantes crearon mapas corporales de sus sensaciones que
prácticamente coincidían con los generados tras leer las palabras.
Por último, para comprobar si estas observaciones podrían tener
validez universal. Repitieron las pruebas con un grupo de taiwaneses y
en su idioma natal. Los resultados seguían coincidiendo. Para
Nummenmaa, ”las sensaciones corporales parecen tener un origen biológico
más que ser una construcción lingüistica o cultural, ya que son muy
similares en las distintas culturas y lenguas estudiadas”.
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