Científicos de la Universidad de Iowa
(Estados Unidos) han descubierto que la amígdala no es la única región
cerebral involucrada en el miedo de una persona sino que podría haber
otras, como el tronco encefálico o la corteza insular, que también
pueden hacer sentir una sensación de miedo más intenso o pánico ante
determinados peligros.
Así lo han constatado cuando sometieron a una dosis de dióxido de
carbono a una paciente afectada por la enfermedad Urbach-Wiethe, un
trastorno extremadamente raro caracterizado por el endurecimiento de la
amígdala cerebral que inhibe la sensación del miedo, según publica la
revista 'Nature Neuroscience'.
La paciente, contra todo pronóstico, gritó pidiendo ayuda ante una
situación que ella consideró sofocante, lo que llevó a los científicos a
pensar que esta región cerebral con forma de almendra no es la única
guardiana del miedo en la mente humana.
"La investigación muestra como el pánico o miedo intenso se induce
en algún lugar fuera de la amígdala", ha reconocido John Wemmie,
profesor asociado de Psiquiatría y autor principal del artículo que
reconoce que dicho hallazgo podría servir para desarrollar nuevas dianas
terapéuticas contra los ataques de pánico, el síndrome postraumático y
otros relacionados con la ansiedad desencadenada por motivos
emocionales.
Durante años, estos expertos habían corroborado como la amígdala
juega un papel central en la generación del miedo en respuesta a
amenazas externas, ya que habían constatado la falta de miedo que
ocasionaba en esta paciente enfrentarse a serpientes, arañas, películas
de terror, casas embrujadas y otras amenazas externas, incluyendo un
incidente en el que fue retenida a punta de cuchillo.
Sin embargo, su respuesta a amenazas internas nunca había sido
examinada. Por eso, propusieron a esta paciente y otros dos más la
inhalación de una mezcla de gases con un 35 por ciento de dióxido de
carbono, uno de los experimentos más comúnmente utilizados en el
laboratorio para inducir un ataque de pánico breve que dura alrededor de
30 segundos.
Los pacientes tomaron una profunda bocanada del gas, y rápidamente
obtuvieron la respuesta de pánico esperada de los que no tienen daño
cerebral: se abrió la boca en busca de aire, su ritmo cardíaco se
disparó y trataron de arrancarse la máscara de inhalación.
Tras esto, se les preguntó a los tres pacientes por tales
novedosas sensaciones, y las describieron como "pánico". "Tenían miedo
por sus vidas", dice el neuropsicólogo clínico y primer autor del
estudio Justin Feinstein.
Los autores habían analizado este miedo a factores hendógenos en
ratones en 2009 y comprobaron que la amígdala podía detectar
directamente el dióxido de carbono y, por ende, esperaban encontrar el
mismo patrón que con los humanos.
"Nos sorprendió por completo cuando los pacientes tuvieron un ataque de pánico", dice Wemmie.
Además, los autores del estudio han llamado la atención de que,
por el contrario, sólo tres de los 12 participantes sin esta enfermedad
rara sufrieron un ataque de pánico similar al de estos tres pacientes,
lo que podría sugerir que una amígdala sana puede inhibir esta sensación
pero, en cambio, no protege del miedo previo a la prueba.
Esto, según han reconocido, sería "coherente" con la idea de que la amígdala detecta el peligro externo.
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