El transhumanismo es un concepto filosófico cada vez más en boga. Sus defensores creen que las nuevas ciencias y tecnologías se aplicarán en la mejora de las capacidades físicas y mentales de los humanos, ayudándonos a vencer los aspectos más indeseables de nuestra frágil condición, como son: la enfermedad, el sufrimiento, el envejecimiento y, finalmente, la muerte.
Algunos de sus gurús, como Ray Kurzweil, creen que durante las próximas décadas el término "esperanza de vida" pasará a ser del todo irrelevante, puesto que para entonces, los avances médicos y la nanotecnología nos permitirán cambiar "el miembro averiado" por uno nuevo, y seguir viviendo jóvenes eternamente.
Sin embargo, algunos somos escépticos respecto a la inmediatez de alcanzar dicho logro. Los gurús suelen pecar de exceso de optimismo demasiado a menudo. De lo que no cabe duda, porque es constatable y comprobable, es que la esperanza de vida en el siglo XX ha experimentado un boom de dimensiones sorprendentes. De hecho, esta cifra prácticamente se ha doblado en los países avanzados.
Durante la primera mitad del siglo XX la mejora se debió a los avances en pediatría, que lograron una mejora espectacular en la lucha contra la mortalidad infantil. En cambio, durante la segunda mitad del siglo XX, la mejora en la esperanza de vida vino provocada por las mejoras en gerontología y la prolongación de la así llamada "tercera edad".
Hoy en día, ya no es noticia que una persona supere los 100, e incluso los 110 años. Por poner un ejemplo, en Suiza durante la década de 1990, un total de 413 personas superaron los 110 años. Apenas una década después, en la del año 2000, los ancianos que alcanzaron o superaron las 11 décadas fueron 796. ¡Prácticamente el doble!
Y sin embargo, hay un fenómeno que parece constatar que existe cierto dato que no ha cambiado a lo largo de la últimas décadas. Y es que todo parece indicar que existe un "límite" natural para la edad alcanzada por un humano, y esa cifra es la de 114 años. Superar ese punto, aunque no resulta imposible, es desde el punto de vista estadístico toda una heroicidad.
El año pasado, en junio de 2011, una anciana profesora de la escuela de Georgia (EE.UU.) llamada Beese Cooper, se convirtió en la persona más longeva del mundo. Por aquel entonces tenía 114 años, y sustituyó a otra mujer brasileña llamada María Gomes Valentim, que tenía 114 años en el momento de su muerte.
Cooper sigue viva, y si sigue viva al llegar el próximo 26 de agosto, cumplirá los 116 años. Toda una rareza, si tenemos en cuenta que ocho de los últimos nueve "abuelos del mundo" fallecieron a la edad de 114. Solo uno alcanzó los 115, la misma edad que ahora mismo tiene Beese Cooper.
Sorprende verdaderamente lo consistente que resulta este límite y el número de personas que alcanzan esta edad en los países desarrollados. Hasta el momento, en los registros de un grupo de investigación en gerontología estadounidense especializado en "supercentenarios", el número de personas que superan los 115 y cuya edad es verificable mediante documentos, ha permanecido estable en solo siete personas en aquel país.
Como curiosidad, la persona más longeva de la que se tiene constancia fue una mujer francesa llamada Jeanne Calment, que murió en 1997 a la edad de 122 años.
A este fenónemo se le conoce como "rectangularización de la curva de mortalidad". Para ilustrarlo veamos lo que sucede en Japón. En 1990, en Japón había unas 3.000 personas que superaban el centenario, siendo entonces la más anciana una mujer de 114 años de edad. Veinte años después, la cifra de personas que superaron los 100 años en Japón ascendió espectacularmente a 44.000, pero el más anciano en ese momento tenía exactamente 114 años.
¿De verdad venimos programados para "la desconexión" cuando se alcanza esa barrera? Para algunos expertos, el límite en 114 es símplemente un artefacto estadístico. Steve Austad, de la Universidad de Texas, cree que a medida que los ancianos que se beneficiaron de los avances en nutrición y medicina del siglo XX vayan superando el centenario, dicho límite saltará por los aires.
De hecho, está tan convencido que bromeó con su colega gerontólogo S. Jay Olshansky, apostando 500 millones de dólares a que alguien nacido en el año 2000 cumplirá los 150 años. Creemos que ninguno de los dos llegará a ver quién ganó la apuesta.
Olshansky es más escéptico, y opina que ni siquiera descubriendo la cura contra el cáncer o las enfermedades cardíacas servirá de mucho para extender la esperanza máxima de vida en humanos. En su opinión, simplemente existen demasiados riesgos acechando a un anciano de 115 años. Cree que el "culpable" de que estas extraordinarias personas alcanzaran una edad tan avanzada son sus "rarísimos" genes y no simplemente un buen estado de salud. De hecho, la anteriormente citada francesa Calment, por ejemplo, fumó hasta los 96 años.
En su opinión, para superar dicho punto, hará falta un gran logro tecnológico, tal vez en el campo de la genética, capaz de ralentizar el proceso de envejecimiento.
¿Hay esperanzas de que dicho descubrimiento se alcance pronto? Los científicos no se atreven a contestar, pero tal vez entre nosotros viva ya el verdadero hombre bicentenario.
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